Perros bilingües
“¿En qué idioma les hablas?” es una de las preguntas que me hacen al enterarse de que tengo doce perros. Sí, eso mismo: doce. No hay error de digitación ni revisión. Ninguno tiene raza definida y todos fueron adoptados en la calle por haberlos encontrado en una situación en que corrían algún tipo de riesgo. Cada uno tiene su historia y su propia personalidad. Linda (encontrada atropellada en el estacionamiento de Carrefour) es la que da la alarma frente a cualquier movimiento fuera de lo normal. Ronaldo (abandonado en la calle con un mes de vida) se ha convertido, a su propio pesar, en el nuevo líder por ser macho y por su tamaño; y su nombre, sí, es un homenaje a Ronaldo Fenómeno. Negão (atropellado por una moto que casi le hizo perder una pata) duerme todo el día; totalmente restablecido, solo baja para comer y hacer sus necesidades, por obligación, claro. Morena (preñada, dormía debajo de un auto) es la reina madre; ya fue líder un día y hoy, jubilada de la función, no pierde su majestad. Tatá (interceptada camino al Centro de Zoonosis) es la alegría en cuatro patas. Vitória (arrojada desde un auto en movimiento por estar preñada) es la veterana con sus dieciséis años y, si fuera gato, diría que ya pasó por tantas cosas que se gastó unas cinco vidas (por suerte, todavía tiene dos). Soneca (rescatado en un corredor de ómnibus) es enorme, acaba de curarse de la enfermedad que trajo de las calles y es rival permanente de nuestro Fenómeno. Y… mejor paro por aquí. A pesar de ser tantos, podría hablar un montón de la particular manera de ser de cada uno.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿En qué idioma les hablo? Cuando vine a vivir a Brasil me traje a mi perrito argentino que, yo creía, iba a tener dificultades en entender órdenes en dos idiomas diferentes. Pues fue todo lo contrario, se adaptó rápidamente y en Brasil encontró al amor de su vida. Cuando él se fue, una semana después partió ella de pura pena. Con la lección de Alan –ese era su nombre– me di cuenta de que los perros se tornan bilingües fácilmente y me imagino que multilingües también. En realidad, no tienen conciencia de su capacidad de saber en qué idioma se les está hablando: simplemente responden a códigos de sonidos complementados por el tono de voz y los gestos de quien habla. Las palabras llegan a ser indiferentes si usamos los ademanes y el tono de voz que ellos identifican con otro código, por ejemplo, si digo “Andá a la cucha” (Vai para a caminha) con voz cariñosa y les hago un gesto de acercarse con las manos, por supuesto que vienen rápidamente y nunca irán a la camita. Si, en cambio, los reprendo con voz enojada pero palabras dulces: “Vení, cosa linda”, piensan que hicieron algo que no debían y la reacción es hacerse los desentendidos mirando para otro lado en lugar de acercarse a buscar cariño. Es más, los perros leen a sus… antes llamados “amos”, ahora más modernamente “propietarios”, pero prefiero “papás y mamás”; saben si estamos alegres o tristes, si los felicitamos o si los retamos, si hicieron algo bien o mal, sin que siquiera tengamos que pronunciar una palabra.