Antígonas argentinas: las Madres de Plaza de Mayo
Para Hebe Bonafini (in memoriam)
Quién va a Buenos Aires, seguro irá a la Plaza de Mayo, al menos para sacarse una foto frente a la imponente Casa Rosada, sede del gobierno nacional. Si va el jueves por la tarde, el paseo por este espacio cambia, y el caminante a las 15:30 empieza un viaje por la memoria, deparándose con los personajes más importantes de la redemocratización argentina: las Madres de Plaza de Mayo.
La primera vez que ellas tomaron la plaza fue en 1977, más precisamente el 30 de abril. Mientras los militares hacían desaparecer a miles de personas, 14 madres decidieron ocupar la plaza porteña para reclamar a sus hijos detenidos-desaparecidos por los operativos de la última dictadura cívico-militar (1976-1983).
Con las rondas semanales en la Plaza de Mayo, surgieron la organización como un colectivo y los pañuelos blancos, con el nombre y la fecha de desaparición. La reacción, por supuesto, fue inmediata: madres detenidas, plaza cerrada, madres desaparecidas, y la necesidad de desarrollar estrategias para seguir con sus reivindicaciones. En 1978, mientras todos los ojos se volvían hacia los partidos del Mundial, las Madres aparecieron en la televisión holandesa con un papelito, en el que se podía leer: ¿dónde están los desaparecidos? En ese momento, además de exponer la vergüenza dictatorial, ellas se mostraban por primera vez ante el mundo. Nacía entonces el actor político Madres y, con él, la comparación con el mito griego de Antígona, por el reclamo del cuerpo de los desaparecidos.
Más que una relación literaria, la aproximación mítica con la hija de Edipo es una imagen de justicia y enfrentamiento a los poderes de turno. Haciendo un breve recorrido por esta historia, volvamos un rato a la ciudad de Atenas, en 442 a.C., año en que Sófocles presenta la tragedia en las fiestas otoñales, denominadas “Grandes Dionisíacas”. Dos hermanos se matan en una lucha fratricida. Eteocles, que defendía la ciudad de Tebas (donde pasa la historia), será sepultado, mientras el otro, Polinices, tendrá su cuerpo expuesto al aire como castigo ejemplar, según las órdenes del nuevo rey, el tío de los dos y hermano de Yocasta, Creón. Antígona, hermana de los caídos, no acepta el dictamen, pues reconoce tratarse de una violación de leyes inmemoriales, es decir: una falta de respecto con Themis, la ley de los dioses. Disconforme, llama a su hermana Ismene, para sepultar juntas a Polinices, pero ella le dice que es una locura confrontarse con las leyes de Creón; además de ser mujeres, el incumplimiento de la orden las llevaría a la muerte. Antígona, entonces, decide hacer los ritos fúnebres sola, consciente de que pronto la descubrirán, como de hecho sucede en la pieza. En uno de los pasajes más fuertes del texto, más precisamente en el episodio dos, cuando Creón le pregunta sobre lo sucedido, ella, plena de dignidad, confirma lo que hizo y acepta la condena de muerte sin arrepentirse o demostrar miedo. En el cierre de la tragedia, como suele pasar en este género, Creón se reconoce solo, desmoralizado, achicado por su propia arrogancia. Por otro lado, Antígona, ya muerta, resurge inmensa.
Para hacer más clara la comparación, digamos que, con el término de la dictadura, el tamaño moral de los militares será inversamente proporcional al de las Madres, sobre todo después del “Juicio a las Juntas”, en 1985, momento crucial para que ellos fuesen juzgados por sus crímenes (sobre este asunto, sugiero la hermosa película “Argentina 1985”, de Santiago Mitre). Vuelve la democracia, cambian los gobiernos, y ellas siguen todos los jueves, incansablemente, contra los punteros del reloj, haciendo su danza contra el olvido. En 1986, se separan en dos líneas, con búsquedas y demandas distintas. Después de esa fecha, en la misma plaza de las Madres, encontraremos las pancartas azules de la “Asociación Madres de Plaza de Mayo” y las fotos de los desaparecidos colgadas en el cuello de las Madres de la “Línea Fundadora”. Además de las diferencias, lo que más firmará la distancia entre ellas es la relación con el cuerpo insepulto. Mientras la “Línea Fundadora” apoyará las exhumaciones, la “Asociación” se opondrá vigorosamente, pues, si están muertos, ¿quién los habrá matado? Más que una pregunta retórica, dado que la responsabilidad recae sobre los militares, lo que las Madres de la “Asociación” revindican también es que se aclare la culpa por esos crímenes. Al rechazar que sea la familia quien declare la presunción de muerte (lo que, claramente, es una violencia concreta y simbólica cuando nos damos cuenta de quién se hace responsable por declarar la muerte del ente querido), ellas niegan esos cuerpos como cuerpos muertos.
Como dos Antígonas que seguirán por sendas diversas para seguir haciendo justicia con sus cuerpos, tenemos, por un lado, a la “Línea Fundadora”, quizás más cercana al mito griego cuando miramos solamente el tema del cuerpo insepulto y la cuestión de las exhumaciones. Por otro lado, aún rechazando el cuerpo – o justamente por eso –, las Madres de la “Asociación” se lanzan hacia un conflicto innegociable, con la exigencia “aparición con vida” y con la retirada del nombre y la fecha de desaparición del hijo de los pañuelos, para afirmar una maternidad colectiva de los 30.000 desaparecidos[i]. Jugando con lo imposible, ellas reinventan la maternidad, al decirse “paridas por sus hijos”, y abrazar en su deber de memoria la consigna “Ni olvido, ni perdón”. En la misma plaza, a pocos metros de distancia, las imágenes de los dolores de ese tiempo imperdonable se escriben en los cuerpos de las Madres de la “Línea Fundadora”, que, como la hija de Edipo, no conjuga la perspectiva de justicia sin la materialidad del cuerpo.
Como suele pasar con los mitos, en lo que corresponde a sus posibilidades de diálogo con nuestro tiempo, Antígona sigue presente porque sus reivindicaciones siguen abiertas en heridas universales. Sea donde sea, sea como sea, siempre que hablemos de los derechos y deberes de los familiares con sus muertos insepultos, este mito griego reaparecerá en una discusión que también agrega una clara noción de justicia y, por qué no, una afirmación de amor. Como las Madres, paridas en la lucha y en el amor de sus hijos e hijas desaparecidos, Antígona renace para decirnos “no fui generada para el odio, y sí para el amor”.
[i] In: GÁRBERO, Maria Fernanda. Las Madres de Plaza de Mayo: à memoria do sangue, o legado ao revés. Tese de doutorado, 2009, UERJ. Disponível em: http://www.bdtd.uerj.br/handle/1/6125