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Oculus domini saginat equum

¿Puede la mirada docente alterar el perfil académico del estudiante? ¿Cuántas veces ya nos hemos sorprendido al confrontar nuestra opinión acerca del desempeño de un alumno con la de otros compañeros de trabajo? Es como si estuviéramos hablando de seres completamente distintos, oriundos de planetas diferentes, cuando, en realidad, se trata de la misma persona, examinada bajo la perspectiva cauta e impar de sus profesores.

Pensemos en la “mirada severa”, que tiende a encontrar tan solo faltas y deficiencias, apuntando exclusivamente los errores y no lo que quedó de hecho aprendido y, a la par de ella, la “mirada amorosa”, que todo lo disculpa y releva, aunque se trate de algo imperdonable, ofreciendo siempre una nueva oportunidad, pese a los plazos agotados, a la carencia de tiempo o al esfuerzo cumplidor de los demás del grupo. Ambos análisis, aunque de ojos abiertos, pueden cegar el alma, distorsionando la imagen real y haciendo que se evalúe inadecuadamente el trabajo del alumno en sala de clase.

La “mirada cansada”, por su parte, ve el mundo, pero bajo el efecto de la anestesia provocada por la sensación de inmutabilidad o impotencia ante las circunstancias en que profesor y alumno se ven sumergidos. Le da igual al profe que todo esté bien o mal, puesto que las cosas seguirán del mismo modo, pese a lo que se haga o diga.

La “mirada despierta” ve los deslices, pero no se contenta en constatarlos. Va más allá. Los examina detenidamente para tratar de encontrar sus causas y, así, minimizar sus posibles consecuencias nefastas. Ve los aciertos, aunque tenga bien claro que, así como los fallos, forman parte del proceso de crecimiento y, por eso, no son un objetivo en sí mismos. Al pensar en una evaluación con base en aspectos pedagógicamente cualitativos, con énfasis en la formación integral del alumno, parece adecuado considerar de qué modo el profesor reflexiona sobre la caminata hecha a lo largo de cada momento del año lectivo: si lo toma de manera agarrotada e inflexible, de forma cómplice y complaciente, sin perspectivas de cambio o de modo real y auténtico. De ello depende que alguien tenga nuevas oportunidades y que pueda rehacer su trabajo o que reevalúe sus actitudes y encuentre un límite que le muestre que no todo es posible en determinadas situaciones. Y hay que tener en mente, del mismo modo, que también a nosotros nos miran muchos pares de ojos en el aula, cada cual con su perspectiva, cada cual determinando la validez de nuestras acciones, estimando positiva o negativamente lo que somos, tal como solemos hacer todos los días cuando estamos en clase… y sí, “el ojo del amo engorda el caballo”, como bien se lo sabían los romanos.

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Angélica Mello

Licenciada en Letras por la PUC-RS y doctora en Filología Románica por la Universidad Nacional de la República, Uruguay. Impartió clases de Lengua Española, de Lengua Portuguesa y de Filología Románica en PUC-RS de 1985 a 1997. Es autora de obras didácticas para la enseñanza de ELE, de las cuales se destacan ¡Vale! y Mucho Éxito, de Santillana Español; enseña en la red estatal de Rio Grande do Sul y es profesora investigadora del Curso de Formação Continuada em Tecnologias da Informação e Comunicação Acessíveis del NIEE/UFRGS/FNDE/SECADI.

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