Declaración de intenciones
Comienza ahora nuestra andadura juntos, queridos lectores de este -mágico para mí, no sé para ustedes- Espacio Santillana en el que podemos disertar sobre Educación y Lengua, de hoy y tal vez de mañana. En concreto, como saben, de Lengua castellana. Ruego que antes de seguir se me conceda una licencia y, es que, yo prefiero llamar a las cosas por su nombre y decir que, al tratarse de la lengua de España, es Lengua española la materia sobre la que reflexionamos aquí como en voz alta pero a través del tamiz de la lengua impresa (por aquello de “verba volant, scripta manent”).
He aquí mi declaración de intenciones, ojalá sea algo más que negro sobre blanco, ojalá en el impulso hacia la libertad del querer saber más, el pretendido amor por conocer la verdad de lo dicho -que no siempre se dice-, nos ayude a todos, no solo a mí, a navegar en los mares del conocimiento, con verdadero rigor y exigencia, como germinan las grandes obras de arte y de la naturaleza, así, a fuego lento, con el placer de lo saboreado en el retrogusto de nuestra conciencia.
Quisiera que mis palabras estuvieran a la altura de las de los compañeros que me han precedido en esta maravillosa aventura y con los que comparto este rinconcito. Mucho me temo que los deseos, en ocasiones, se quedan en eso en simples anhelos incumplidos. No obstante, aquí me tenéis, aquí está mi palabra, como decía algún enamorado de la poesía, <<mi cántico encerrado>>. Y es que, a veces, sin darnos cuenta, nos descubrimos pensando en todo aquello que no leímos o no estudiamos en su momento. Son las carencias del alma. Nos desvelan. Despiertan una inquietud que, lejos de ser pasajera, permanece para siempre en el interior de nuestras mentes viajeras. ¿A qué intento referirme con la acaso burda analogía del viaje? Pues al complicado proceso de aprendizaje que en tantas ocasiones nos asalta para escupirnos en la cara que en su día no aprovechamos nuestro paso por las aulas de Secundaria, de Bachillerato, incluso hasta de la Universidad. Aterrizamos en la etapa adulta muertos de frío porque nos empeñamos en renunciar al abrigo de las letras, de las palabras, de los libros.
Por eso, queridos amigos, ahora que las dudas son muestras concubinas, nuestras compañeras de viaje: leamos, vivamos, volemos, despeguemos y soñemos. Abramos nuestra mente abriéndole así las entrañas mismas del camino del saber a todo aquel que nos vea intentando aprender. Desprendámonos de toda certeza y, desnudos, en pelotas, ante el mundo y ante la aspereza de la era digital, de la tecnología, de las redes sociales y de sus pretendidas anónimas vilezas, convirtámonos en suicidas del leer al morir por nuestras letras. Porque la palabra, el discurso bien construido, sigue siendo, como decía Celaya de la poesía, <<un arma cargada de futuro>>. Y aquí lo dejamos por hoy, hasta más ver. Disfruten ustedes del leer y del aprender. Gracias por su atención y por su paciencia.