El aprendizaje de una lengua: lugar de deconstrucción del ego
Un adulto, hablante de alguna lengua extranjera, graduado y experto en su área, seguro de su capacidad social y profesional, decide aprender otra lengua: todo este contexto no es suficiente para evitar que él sienta su autoestima afectada al equivocarse en una actividad en una clase de lengua extranjera.
Acostumbrado a controlar la situación con base en sus conocimientos, el verse inseguro como un niño provoca las más diversas reacciones: “¿Cómo puedo ser tan bueno en tantas cosas y no saber eso? ¿Será culpa del profesor? ¿Estará seguro de lo que me está enseñando?”
La desconfianza del otro puede ser la primera reacción a la percepción de un alumno adulto ante su fragilidad, su dificultad para algo.
Constatado que “el problema” no es el otro, sino uno mismo (y que no hay problema alguno en no saber algo), la siguiente etapa relativa al ego es cuestionarse sobre la necesidad de verse en tal situación: “¿Por qué necesito pasar por esto?”
Autoestima, necesidad constante de afirmación y ansiedad por resultados rápidos y fáciles: a los adultos les (¿nos?) cuesta quitarnos la voz de la sabiduría y reconocer, humildemente, que no sabemos todo.
La apertura a lo nuevo presupone una apertura a sí mismo, a las propias vulnerabilidades, a la condición de aprendiz y no de conocedor.
Estudiar una lengua en la fase adulta es volver al sentimiento infantil de miedo al error. Reconocer fragilidades y permitir equivocarse cuando ya se ha aprendido que el mundo exige perfeccionismo y competencia es hacer frente a la propia autoeficacia y entender que en la vida se es constantemente aprendiz pese a la cantidad de diplomas y líneas en el currículum que se tenga.
Si a los adultos les (insisto: ¿nos?) cuesta admitir los efectos de las dudas y las equivocaciones en su creencia de eficacia, ¿qué pensar de los niños, que no tienen en sus paredes atestados de su capacidad y lidian, día tras día, con el enfrentamiento de sus inseguridades mientras construyen su identidad?
El vernos estudiantes nos permite reflexionar sobre nuestra condición de educadores. ¿Somos verdaderamente empáticos con las dificultades de nuestros alumnos? Cuando se invierten los roles, ¿reconocemos la importancia de los retos posibles, de la adecuación del grado de dificultad a la justa medida de la capacidad y la motivación? Cabe la reflexión constante estemos del lado que sea en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Que a cualquier edad el ego y el miedo a nuestra condición de aprendices no nos impidan aprender, incluso aprender a ser aprendices.